domingo, 10 de julio de 2011

La Última Joya

En Costa Rica cada provincia tiene muy definida su idiosincrasia.  Guanacaste es más alegre (lo que es mucho decir) que el resto de los ticos.  Es la zona folclórica por excelencia y se ufanan de ello; son exagerados en su machismo y son más valiente que el mismísimo Rambo, al punto de no quejarse aún si un toro los ha corneado.

Limón es la provincia negra, alegre, lleva la música en la sangre, su comida es diferente al resto del país aunque cocinen lo mismo, tienen fama de flojos aunque lo pongo en duda porque es la zona bananera y allí está uno de los puertos más importantes del país.

Alajuela es muy amistosa, la gente se reune hasta altas horas de la madrugada a conversar en el famoso Parque de los Mangos que es el equivalente a la Plaza de Armas de cualquier otra ciudad.  Tienen las manos más grandes y por eso les llaman manudos, todo el mundo es conocido por su sobrenombre y todos son amigos de todos.

Heredia la llaman la ciudad de las flores.  Su gente es pausada, no tienen apuro por llegar a ningún lado y, al decir de mi suegro si el terremoto de Cartago (algo así como 1906) hubiera ocurrido en esta ciudad todavía la estarían reconstruyendo.

Cartago por su lado tiene su cierto complejo de superioridad.  Los brumosos fueron la antigua capital y querían mantener la monarquía, tienen el centro de heráldica del país allí, nadie se asoma a ver o comentar sino toda la vida es controlada desde detrás de los visillos, ninguna muchacha y menos una señora saldrá a la calle sin estar perfectamente arreglada.  Según mi hermano René las cartagas tienen lindas piernas.

Entre las historias de mi marido con respecto a esta ciudad tiene una de la Funeraria La Ultima Joya.  Cuando sabían de algún enfermo en estado grave le hacían llegar a la familia la siguiente nota:

"Hemos sabido que uno de sus familiares se encuentra gravemente enfermo y rogamos a Dios por su pronta recuperación.  Pero si el altísimo no escuchare nuestros ruegos le recordamos que tenemos el mejor servicio funerario de esta ciudad.  Atentamente,  La Última Joya"

Doy fe que sigue existiendo la empresa aunque no la publicidad porque, cuando murió doña Mireya Ortíz, la madre de unos amigos nuestros y cartagos por tradición y doctrina me encontré a la entrada de la Iglesia una alfombra con el nombre de esta funeraria.

De monos y monerías



Edgar, mi marido, es un tipo realmente entretenido.  Tiene anécdotas y cuentos de todo tipo, para todas las edades y para todos los gustos.  Es espontáneo, bueno para hacer bromas y siempre respetuoso pero también es una persona muy seria y con mucho fundamento, así que a la hora de discutir un tema mejor tener muy buenos y firmes argumentos si se quiere polemizar con él porque ha leído desde La Biblia a El Capital.

De los primeros cuentos que le escuché está el de una selva en donde vivía un mono y un león.  Cuando el león quería descansar allí llegaba el mono a tirarle semillas y palos, lo orinaba y la mayor también hasta que lo hacía emigrar.  De día o de noche le estaba tirando la cola, la melena, volvía a tirarle semillas y ya lo tenía loco.  Un buen día el león le dice 
-Monito, venga acá.  Hagamos las paces, baje y conversemos.  
El mono le contestó: -¿Está más loco?  Imagínese si voy a bajar allá, de un solo manotazo y ¡adios monito!
-Monito, para que vea son buenas mis intenciones me voy a amarrar las manos y del dicho al hecho, agarra una liana y hace un nudo y quedan sus manos bien firmes.  Ahora puede venir
- ¿y las patas? ¿Usted cree que me voy a confiar si igual tiene las patas sueltas?
El león procede a hacer la misma operación con las patas.  Y ahí baja el mono todo tembloroso y entonces el león le dice ¿Ve?, no tenga miedo, ya están bien firmes y no me puedo mover.  Entonces el mono todavía tembloroso le dice  Es que es primera vez que me fornicaré a un león.

Esto viene al caso porque, cuando llegamos a Costa Rica hace 25 años, fuimos de visita al Parque Nacional Manuel Antonio.  En ese tiempo era todo muy sencillo y rústico y al recorrer los senderos nos topamos con una manada de monos cariblancos que hacían todo tipo de ruidos y nos tiraban pequeños palos, ramas y semillas para que dejáramos su espacio libre.  Con mi cámara de turista no podía perder la oportunidad y me paré lo mejor que pude entre las piedras y raíces del sendero para no perder el equilibrio, enfoco la cámara y... Edgar me empuja a un lado.  Como conocedor de las gracias de los monos los estaba observando y vio cuando uno de ellos se colocó sobre mí para hacer algo que de verdad me espantara y el agraciado fue él, el mono lo orinó y lo cagó entero.

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